– Papá, ¿por qué ese coche va tan rápido y se cambia de carril todo el rato? – me pregunta Manuel.
– Supongo que al volante va un irresponsable que se cree que está solo en la carretera.
– Pero un día se puede chocar. ¿No lo sabe?
– Sí lo sabe, pero no se hace a la idea. Seguramente es una persona con una gran autoestima y seguridad en sí misma. Eso le hace asumir más riesgos de los necesarios. Son personas con poca capacidad de previsión y eso les lleva a no ver lo que les puede ocurrir.
– Pues que le pase algo, peor para él.
– No del todo Manuel. Si ese descerebrado llegara a chocarse, aunque lo hiciera él solo, sin dañar a nadie más, producirá unos destrozos en el mobiliario público que pagamos nosotros. Vivo o muerto le tienen que atender sanitarios, policía y hasta bomberos. Si se muere, aumenta la siniestralidad y nos suben los seguros a todos. Además, su familia sufrirá mucho y no se lo merece. Y si no se muere, adivina quién se va a hacer cargo de cuidarle. Pues sí, todos los demás. Si trabaja, le darán una baja laboral que volvemos a costear entre todos y la empresa en la que trabaje se tendrá que reestructurar para cubrir su baja.
Pero el problema no es solo que pueda tener un accidente. Es que ya, con su actitud, nos está poniendo en riesgo a nosotros, y no nos merecemos eso. Sus problemas con su exceso de confianza no deben afectarnos a nosotros. Por eso, esta gente debe ser alejada de los demás.
Cuando se es joven es muy habitual esa actitud de riesgo. Tiene que ver con las hormonas y la maduración. Pero es responsabilidad de sus educadores (incluidos los padres) y del Estado garantizar que no va a ser un peligro para los demás.
El problema de los accidentes, Manuel, es que no tienen marcha atrás. Y cuando el daño está hecho no hay sentencia judicial ni indemnización que compense la pérdida. El dolor que genera es desgarrador. Porque además es un dolor que llega de sopetón, sin avisar. A veces el teléfono suena de madrugada, mientras duermes y te preguntan si eres familiar de fulano. Y se tarda mucho en aceptarlo, si no, toda la vida.
¿Sabes cuál es la única parte positiva de esto?
– No sé. Dime.
– Pues que el criminal en potencia se convierte a la vez en donante de órganos potencial. Es como una redención. Me llevo vida pero también la devuelvo.
– Pues yo que quería tener un Ferrari de mayor.
– Puedes tenerlo. Pero siempre que tu disfrute no suponga una amenaza para los demás.
– Entiendo. Nada de experimentos.
– Eso es Manuel. Eso es.